martes, 22 de julio de 2008

CROWLEY RECORDS 2


CAPÍTULO 2

No veía nada. Seguía vivo, lo sabía, sentía una y otra vez el angustioso y rítmico latir de su corazón que con el paso de los días y la evolución de su enfermedad sonaba cada vez más lento y distante. La respiración estaba casi cortada. Angustia, ansiedad, no sabría muy bien como definir aquello. Los muros de la alucinación que estaba experimentando se abalanzaban sobre él dejándole cada vez más preso en su propio subconsciente. No entendía nada. De pronto, unas imágenes continuas y completamente borrosas comenzaron a deslizarse delante de los ojos, como si de un museo macabro se tratara. El museo de la vida. Veía a Elena, a la multitud que le idolatraba en sus años de éxito, a su padre, y a él mismo. Sintió de nuevo el mareo. Las imágenes seguían, una y otra vez, girando alrededor de su cabeza, amenazantes, como si pretendieran acabar con su vida antes de que la enfermedad lo hiciera. Una última imagen se postró ante el, una foto antigua, casi destruida por el paso de los años, le mostraba a él, tirado en el suelo, con los ojos inyectados en sangre y los labios y la piel prácticamente morados. Gritó y cerró los ojos. El miedo dominaba su cuerpo y seguía sin saber cómo acabar con esa pesadilla.
Sin saber por qué las imágenes cesaron. Uno, dos, tres, cuatro … , quería contar. Quería calmarse. … Cinco, seis, siete, …, su corazón latía mucho mas rápido que cualquiera de los números que de su boca salían en ese momento. … Ocho, nueve, … su corazón seguía bombeando a velocidad de vértigo, no sabía que más hacer para calmarse, incluso no tuvo en cuenta que esa, era una solución ridícula para salvarse. … Diez. Cerró los ojos una vez más. Tras bajar los párpados, por el miedo a lo que podía ver, sintió una necesidad irracional de abrirlos de nuevo, de observar con claridad lo que estaba pasando. Y así lo hizo.
Estaba en el estudio. Al fin. Jamás había añorado tanto estar sentado en su silla acolchada con goma espuma y colocarse cómodamente con los reposa brazos ajustables. Se sintió bien. El latir de su corazón se había calmado. Volvía a estar débil y tácito, como en los momentos en los que su enfermedad no dominaba su sistema circulatorio. Se calmó de una vez. Decidió dejar de pensar qué le había sucedido, era mejor no buscar una explicación.
Procedió a levantarse. La luz de la sala de edición estaba encendida. No entendía por qué, fue él mismo quien la apagó antes de desvanecerse. La luz roja de la sala de grabación seguía iluminándose a sí misma, observando la oscuridad de la otra sala como si fuera una espía en busca de información.
El reproductor se puso en marcha solo. La luz se volvió a apagar. Se sentó y observó de nuevo como los latidos aumentaban de una forma casi obsesiva. No se dio cuenta de que sonaban esas notas. Las malditas notas, otra vez, sonaban en aquel ridículo estudio de grabación alejado de lo que fueron sus grandes años. Permaneció en silencio, ya que sus cuerdas vocales estaban demasiado asustadas como para emitir alguna onda sonora, sus brazos se tensaron, al igual que sus piernas y demás articulaciones. Tenía miedo. Verdadero miedo. No se había sentido tan amenazado desde esas historias de descuartizados que su padre le contaba a la hora de dormir. Comenzó a sudar, sus latidos seguían avanzando hasta que como si de un acto de telequinesia se tratara, la luz del estudio estalló.
Se sobresaltó, más aún, y una risa tonta brotó de su boca intentando calmarse a sí mismo, intentando convencerse de que ahí no pasaba nada, pero era consciente de que algo sucedía. Comenzó a temblar, casi sin poder controlar sus propios actos. Otra vez … uno, dos, tres …, algo aparecía en la sala de grabación, no sabía que era, como todo lo que le estaba sucediendo en aquel momento.
La silueta. Aquella silueta aterradora no identificada que hacía un momento se le había aparecido en la esquina de la sala de edición a modo de manifestación espectral.
La silueta se acercó más y más hasta el micrófono que colgaba por un largo tubo en forma de ele enganchado en el reducido trozo de pared que separaba las dos salas. La música cesó lentamente, como si las revoluciones con las que se reproducía hubieran ido disminuyendo hasta quedar completamente en silencio. El reloj, colgado en la parte del muro que enmarcaba la gran cristalera, dejó de girar. … Cuatro, cinco, seis …, la luz roja flotante en la oscuridad se reflejaba en la silueta, dejando entrever algunos rasgos característicos. Pelo corto, gabardina, y una especie de metal en el cual rebotaba la luz roja era todo lo que podía ver. Su corazón estaba cada vez más descontrolado y sabía que no podía soportar aquella marcha. Apretó los dientes. Sus manos se aferraron a la silla. Comenzó a gritar.
El micrófono se iluminó por una dorada luz que dejaba entrever unas manos que lo sostenían, aunque no hiciera falta ya que estaba sujeto a la pared. Las manos se unieron a unos brazos, los cuales se unieron a la materia completa en forma humana en la cual rebotaba la luz del micrófono. Lo identificó casi por casualidad. Volvió a asustarse, algo que hasta el momento era algo rutinario por completo en la última hora. Sabía quien era, fue casi inevitable reconocer esa imagen asociada a esas notas, pero, ¿ qué hacía ahí ? … Siete, ocho, …, quedó atónito al identificar a la figura. La melodía. Esta vez la melodía salía de la su propia boca y las notas sonaban. Conocía perfectamente a esa persona, pero su acelerado y enfermo corazón no llegó a tiempo para hablar con él. Un destello le iluminó por completo. … nueve, diez.
Halecs Malaria

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