martes, 22 de julio de 2008

CROWLEY RECORDS


CAPÍTULO 1

Apagó el ordenador. Las luces del estudio iluminaban por completo la mesa de trabajo. El sistema de grabación, rodeado por decenas de lucecitas de colores que indicaban qué usar en cada momento, estaba lleno de una de las decenas de maquetas que había grabado ese mismo día. Rutina. El trabajo por el que tanto había luchado se volvía rutina. Qué pensaría Elena de todo esto. Acabó de apagar el sistema de edición. La percusión seguía sonando en su cabeza. Unas notas. Unas simples y perfectas notas que le sonaban como si el mismo las hubiera creado. Notas, que él mismo había escuchado con tanta admiración cuando era adolescente, notas que, sin ninguna duda, le llevaron a dedicarse al mundo de la música. Notas, notas y más notas. Le obsesionaba la idea de no poder igualar esa melodía. Tras años de éxitos ahora se sentía solo, enfermo, en un estudio reducido en comparación a los grandes estudios de Londres en los que había grabado años atrás. Añoraba el éxito, la salud, la victoria sobre todo aquel que le había pisado. Echaba en falta todos esos años de grandeza que habían llenado su vida por completo. Pero … ya no tenía nada. Su sello de discos Crowley Records, había fracasado estrepitosamente y él era el único que quedaba en el lugar. Crowley Records …, recordaba perfectamente por qué había decidido llamar así a su primer vástago, su compañía discográfica. Su padre. Un perfecto padre. El mismo, que sin saber por qué, se encerraba horas y horas en su estudio sin comprender nada de lo que hacía ahí dentro. Incluso llegó a pasar días en ayunas encerrado, trabajando, en algo que todavía él no sabía con claridad que era. Cuando era pequeño, su padre, tratando de dormirle, narraba historias aterradoras sobre hombres que devoraban niños, sobre niños cuyas deformidades hacían caer muerto a todo aquel que les mirara, cuentos de cadáveres, de mutilados, narraciones del mismo tipo que a cualquier niño normal le habrían hecho saltar de la cama en busca de cobijo donde protegerse de todo aquel mal. La historia de un hombre. Aleister Crowley. Una de las muchas historias que su padre le contaba. La historia de un mago negro, la Bestia. Siempre recordaba el énfasis que su padre aplicaba a la hora de contarle la mil veces repetida de formas diferentes historia de Crowley. Le encantaban las historias de magia negra, relatos de orgías sangrientas y perversas en las cuales participaba, maldiciones, hechizos, y muertes.
Basta. Se acabó. Dejó de pensar en su padre. No comprendió por qué, prácticamente diez años después de su muerte, seguía recordando esas historias con tanta nitidez. Unas notas. Como unas suaves notas de su melodía favorita, la voz de su padre hacía eco dentro de su cabeza. Pero prefirió parar de pensar.
Las luces seguían cumpliendo su función, cuando dispuesto a apagarlas y cerrar el día en el estudio, sintió un escalofrío como jamás había sentido. Se sobresaltó. Una sensación de que alguien le observaba se abalanzó sobre su instinto. Trescientos sesenta grados pasaron por sus ojos. Volvió a girarse hacia una de las rojas esquinas insonorizadas del estudio para observar. Nada. Simplemente el silencio. Silencio que retumbaba en su enfermo cerebro como la más ruidosa de las percusiones. Seguía asustado. Sugestión, tal vez. Su padre le inculcó la subcultura de lo oculto. Desde los trece años había visto cientos de cosas, había pasado verdadero miedo, pero jamás algo se materializó delante de él a modo de aviso espectral. Las historias de fantasmas le habían hecho sugestionarse cientos de veces, hasta que dejó de creer. Cuando le diagnosticaron el cáncer sabía que no había nadie ni nada más en otra dimensión ayudándonos a diario. Todo iba mal. La caída de éxitos, la enfermedad, el abandono de su mujer …
Dejó de pensar de nuevo y volvió a su más actual realidad.
Las luces se apagaron, sabía que no había sido un apagón. El foco rojo de la habitación contigua seguía encendido, podía observarlo perfectamente a través del gran cristal que separaba la sala de grabación de la sala de edición. No comprendía nada.
Se mareó. Un extraño malestar invadía todo su cuerpo. La enfermedad, pensó. Pero no era así. Algo diferente a todos los síntomas que jamás había tenido, le ayudó a comprender que no era sólo la enfermedad lo que le atacaba en ese instante. Una visión. Una silueta observándole desde esa esquina roja que había abandonado hace unos instantes. Una alucinación, pensó. Todo estaba oscuro, era imposible ver una sombra dentro de la oscuridad y la pequeña luz roja no bastaba para iluminar a nada ni a nadie, solo a si misma.
Cayó al suelo, prácticamente sin saber por qué. Quedó inerte encima de la alfombra, mientras su mente seguía dando vueltas. Vio la oscuridad, de nuevo. No sabía qué pasaba, qué era esa silueta que no podía ver ya que la luz estaba apagada, no paraba de pensar que tal vez la medicación para el cáncer le hacia alucinar, pero, al final, acabó por perder el conocimiento.
Halecs Malaria.

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